domingo, 11 de mayo de 2014

TANABATA CHARRO. (A propósito de Teatro Mudo. FÀCYL 09) Adrian Granado






          Digamos, por ejemplo, que se llamaba "Teatro mudo" y fue un estupendo sarpullido de 332 corbatas rosas que apareció en la fachada de Casa de las Conchas durante el Festival de las Artes del año 2009 para escándalo de gentes de bien y periodistas de la Gaceta. Quien, haciendo una reprobable excepción, hubiera leído esos días los periódicos locales se acordaría sin duda de la famosa glosa de Cortázar a un verso de Ricardo Molinari: "¿Quién nos rescatará de la seriedad?" Pues, mire, no nos rescató ni Superlópez ni Mambrú. Las morsas movieron los bigotes, se afilaron los dientes y dictaminaron de forma inapelable que era "una pasada de muchos bemoles" (sic) colgar las corbatitas de Un Monumento Nacional De Tan Elevada Dignidad Artística (como si no fuera una auténtica pasada escribir esa frase); que la burla, progre y "modelna" (sic otra vez) dejaba ver claramente el ilimitado papanatismo del ámbito artístico español; que, ¡ay!, la calidad de vida de los vecinos de la venerada Casa, molestos, disgustados, desagradados, cabreados, irritados e incluso sulfurados y estomagados se vería disminuida cuando los muchachos de la Sociedad Psicogeográfica hiciesen de las suyas (interrogaciones aquí, señor tipógrafo). Y así, todo llanto y crujir de dientes, hermano. Cito a los señores Juanes y  Domínguez de Calatayud para dar una idea aproximada de los vagidos luctuosos que las tribunas de opinión de La Gaceta exhalaban inconsolables el domingo 17 de mayo de 2009, qué dolor, qué dolor, qué pena.





          Pero claro, el humor, látigo de dómines y stavrogines, es "all pervading o no es", para citar otra vez al porteño afrancesado a sueldo de Moscú y, "reducido a sus propias fuerzas", esto es, mutilado como chocarrería frívola, apenas sirve para dislocarse el maxilar y a otra cosa. Sépase que si alguien debe venir a salvarnos de la seriedad es únicamente para conseguir de una vez ser realmente serios de una vez y olvidar de una vez para siempre la manía de rasgarnos las vestiduras en cuanto escuchamos hablar de unas corbatas y unas conchas, chas chas chas, sentaditos en medio de ceniza maldiciendo a esos tipos que no-le-tienen-respeto-a-nada-pero-a-nada-de-nada con la voz enronquecida por el llanto. Ser serios de una vez por todas, como Klee o Picasso o Man Ray o Nicolás Parra o Buster Keaton, para citar algunos nombres que podrá encontrar en cualquier bibliografía especializada, señora, aunque no creo que le terminen de gustar. De este modo, cabría haber entendido las corbatas de la discordia como una risotada celebratoria casi infantil o como una recreación, tan lejos del país del Sol Naciente, del Tanabata japonés que los nipones celebran la séptima noche del mes de julio. Como es sabido, todo el mundo aprovecha ese día para dejar por escrito sus deseos en papeles de colores que se cuelgan de un árbol de bambú: si no llueve, se cumplirán los deseos de todos los que los han escrito; si llueve, no se le cumplirán a nadie. Y no, no hay hojas de reclamaciones a Tanabata. Como en las Vegas, es todo o nada.





Hemos hablado de “escándalo”, pero, para decir toda la verdad cual espejos calle abajo, la palabra fetiche, la subrayada con fluorescente en el Libro de Estilo del Perfecto Periodista Charro aquel abril no era otra que “polémica”. Pegatina recurrente y vacía para el proyecto tortuguita de la SPS al que la Gaceta quiso poner patas arriba incluso antes de ser aprobado por la Junta y la Comisión de Patrimonio. Nuestro estupendo rotativo local movió un hilo acá, otro allá, desenredó un par de favores y ¡tachán! consiguió aceder a las flamantes fotos del proyecto original. Haciendo alarde de paint y del proverbial buen gusto de la casa retocó esas fotos hasta convertirlas en ejemplos, aireables en primera página con profusión de sirenas rojas y voces de alarma, de la plaga estética rosada y casi criptogay que asolaría la ciudad si los temibles papanatas psicogeográficos se hacían con fachadas, pasos de cebras y conchas en general. Ni una mísera entrevista a los creadores, ni la petición de un nihil obstat para modificar torticeramente material sujeto a derechos de autor: vendieron la reconstrucción cutre del crimen, en serie B y mal doblada, con la misma miopía que permitía, ¡oh, ironía!, que los archiconocidos poemas-anuncio de la SPS, esos que los estudiantes arrancaban de las paredes dominados por un furor poético raras veces visto a este lado del Tormes, apareciesen en las páginas de contactos junto a Gertrudis, 200, completísima, francés natural. Aún más: de acuerdo con el célebre dictum de Achille Bonito Oliva (arte es todo aquello que está documentado), la propia reconstrucción churretosa de la Gaceta supuso, en sí misma, una obra de arte en toda regla que caminaba alegremente sobre el filo del plagio. Algunas de las intervenciones que la SPS proyectó realizar en la Plaza Mayor o en los pasos de cebra cercanos a ella sólo pudieron existir (esse est percipi) gracias a las buenas artes digitales de nuestro periódico, cuyo elogio mercería, qué duda cabe, un panegírico el doble de extenso que el que nos ocupa.








Corta de una vez, chico, que nos duelen las orejas. Conclusión parcial: los muchachos de la SPS tuvieron la audacia de trastear conceptualmente con la polisemia conceptual que la concha despliega ante ojos y labios hispánicos; supieron ver con agudeza poética que, en mitad de la ciudad, se erguía un árbol de bambú plateresco capaz de albergar los mejores deseos para el Festival de aquel año y se atrevieron a entonar su bufonada celebratoria poniendo el dedo en la llaga de un monumento salmantino no con el cuello duro y el rictus post mortem de aquellos para quienes todo es ceniza, fósil o mojama embalsamada contemplable en un museo de 5 a 9, sino con esa ausencia de anteojeras o legañas que la morsa suele considerar frívola y pueril pero nunca como parte de esa vuelta vigorosa al calcetín de la Gran Costumbre y sus tabúes en la que consiste la poesía, una de las pocas malas costumbres que aún nos quedan. Unamuno o su fantasma, el que sube algunas noches por Bordadores con las manos a la espalda, tiene un criterio sencillísimo para distinguir a los verdaderos de los falsos poetas: “tienen oídos o no”. Eso es, don Miguel, pero permítanos una paráfrasis aquí: tienen ojos o no. Lo demás es superfluo.