Digamos, por ejemplo, que se
llamaba "Teatro mudo" y fue un estupendo sarpullido de 332 corbatas rosas que apareció
en la fachada de Casa de las Conchas durante el Festival de las Artes del año
2009 para escándalo de gentes de bien y periodistas de la Gaceta. Quien,
haciendo una reprobable excepción, hubiera leído esos días los periódicos
locales se acordaría sin duda de la famosa glosa de Cortázar a un verso de
Ricardo Molinari: "¿Quién nos rescatará de la seriedad?" Pues, mire,
no nos rescató ni Superlópez ni Mambrú. Las morsas movieron los bigotes, se
afilaron los dientes y dictaminaron de forma inapelable que era "una
pasada de muchos bemoles" (sic) colgar las corbatitas de Un Monumento Nacional
De Tan Elevada Dignidad Artística (como si no fuera una auténtica pasada
escribir esa frase); que la burla, progre y "modelna" (sic otra vez)
dejaba ver claramente el ilimitado papanatismo del ámbito artístico español;
que, ¡ay!, la calidad de vida de los vecinos de la venerada Casa, molestos,
disgustados, desagradados, cabreados, irritados e incluso sulfurados y
estomagados se vería disminuida cuando los muchachos de la Sociedad
Psicogeográfica hiciesen de las suyas (interrogaciones aquí, señor tipógrafo).
Y así, todo llanto y crujir de dientes, hermano. Cito a los señores Juanes
y Domínguez de Calatayud para dar una
idea aproximada de los vagidos luctuosos que las tribunas de opinión de La
Gaceta exhalaban inconsolables el domingo 17 de mayo de 2009, qué dolor, qué
dolor, qué pena.
Pero claro, el humor, látigo
de dómines y stavrogines, es "all pervading o no es", para citar otra
vez al porteño afrancesado a sueldo de Moscú y, "reducido a sus propias
fuerzas", esto es, mutilado como chocarrería frívola, apenas sirve para
dislocarse el maxilar y a otra cosa. Sépase que si alguien debe venir a
salvarnos de la seriedad es únicamente para conseguir de una vez ser realmente
serios de una vez y olvidar de una vez para siempre la manía de rasgarnos las
vestiduras en cuanto escuchamos hablar de unas corbatas y unas conchas, chas
chas chas, sentaditos en medio de ceniza maldiciendo a esos tipos que
no-le-tienen-respeto-a-nada-pero-a-nada-de-nada con la voz enronquecida por el
llanto. Ser serios de una vez por todas, como Klee o Picasso o Man Ray o
Nicolás Parra o Buster Keaton, para citar algunos nombres que podrá encontrar
en cualquier bibliografía especializada, señora, aunque no creo que le terminen
de gustar. De este modo, cabría haber entendido las corbatas de la discordia
como una risotada celebratoria casi infantil o como una recreación, tan lejos
del país del Sol Naciente, del Tanabata japonés que los nipones celebran la
séptima noche del mes de julio. Como es sabido, todo el mundo aprovecha ese día
para dejar por escrito sus deseos en papeles de colores que se cuelgan de un
árbol de bambú: si no llueve, se cumplirán los deseos de todos los que los han
escrito; si llueve, no se le cumplirán a nadie. Y no, no hay hojas de
reclamaciones a Tanabata. Como en las Vegas, es todo o nada.
Hemos hablado de “escándalo”,
pero, para decir toda la verdad cual espejos calle abajo, la palabra fetiche,
la subrayada con fluorescente en el Libro de Estilo del Perfecto Periodista
Charro aquel abril no era otra que “polémica”. Pegatina recurrente y vacía para
el proyecto tortuguita de la SPS al que la Gaceta quiso poner patas arriba
incluso antes de ser aprobado por la Junta y la Comisión de Patrimonio. Nuestro
estupendo rotativo local movió un hilo acá, otro allá, desenredó un par de
favores y ¡tachán! consiguió aceder a las flamantes fotos del proyecto
original. Haciendo alarde de paint y del proverbial buen gusto de la casa
retocó esas fotos hasta convertirlas en ejemplos, aireables en primera página
con profusión de sirenas rojas y voces de alarma, de la plaga estética rosada y
casi criptogay que asolaría la ciudad si los temibles papanatas
psicogeográficos se hacían con fachadas, pasos de cebras y conchas en general.
Ni una mísera entrevista a los creadores, ni la petición de un nihil obstat para modificar
torticeramente material sujeto a derechos de autor: vendieron la reconstrucción
cutre del crimen, en serie B y mal doblada, con la misma miopía que permitía,
¡oh, ironía!, que los archiconocidos poemas-anuncio de la SPS, esos que los
estudiantes arrancaban de las paredes dominados por un furor poético raras
veces visto a este lado del Tormes, apareciesen en las páginas de contactos
junto a Gertrudis, 200, completísima, francés natural. Aún más: de acuerdo con
el célebre dictum de Achille Bonito
Oliva (arte es todo aquello que está
documentado), la propia reconstrucción churretosa de la Gaceta supuso, en
sí misma, una obra de arte en toda regla que caminaba alegremente sobre el filo
del plagio. Algunas de las intervenciones que la SPS proyectó realizar en la
Plaza Mayor o en los pasos de cebra cercanos a ella sólo pudieron existir (esse est percipi) gracias a las buenas
artes digitales de nuestro periódico, cuyo elogio mercería, qué duda cabe, un
panegírico el doble de extenso que el que nos ocupa.
Corta
de una vez, chico, que nos duelen las orejas. Conclusión parcial: los muchachos de la SPS
tuvieron la audacia de trastear conceptualmente con la polisemia conceptual que
la concha despliega ante ojos y labios hispánicos; supieron ver con agudeza
poética que, en mitad de la ciudad, se erguía un árbol de bambú plateresco
capaz de albergar los mejores deseos para el Festival de aquel año y se
atrevieron a entonar su bufonada celebratoria poniendo el dedo en la llaga de
un monumento salmantino no con el cuello duro y el rictus post mortem de aquellos para quienes todo es ceniza, fósil o mojama
embalsamada contemplable en un museo de 5 a 9, sino con esa ausencia de
anteojeras o legañas que la morsa suele considerar frívola y pueril pero nunca
como parte de esa vuelta vigorosa al calcetín de la Gran Costumbre y sus tabúes
en la que consiste la poesía, una de las pocas malas costumbres que aún nos
quedan. Unamuno o su fantasma, el que sube algunas noches por Bordadores con
las manos a la espalda, tiene un criterio sencillísimo para distinguir a los
verdaderos de los falsos poetas: “tienen oídos o no”. Eso es, don Miguel, pero
permítanos una paráfrasis aquí: tienen ojos o no. Lo demás es superfluo.